La tarde se le escapaba entre los dedos a Paco Ureña en Sevilla con la corrida de García Jiménez. Una oreja había pasado de un toro interesante Juli, y otra de un toro muy chochón Manzanares.
El lorquino había mostrado sus credenciales con la capa en un quite por gaoneras al primer toro de Manzanares, y en dos o tres intervenciones capoteras en el suyo primero. Sobre todo en un molludo quite por personalísimos delantales.
Con la muleta había mostrado una versión más que pulcra. Pero latía en su corazón y en su mente que no era suficiente, que necesitaba más, mucho más, y los pronósticos con el sexto no ofrecían nada halagüeño. El toro era un malaje que arrollaba y con el que estaba más que justificado que Paco Ureña hubiera tirado por la calle de enmedio.
Pero no. En esas salió la raza y la casta de un torero que cuando frunce el ceño, cuando se le pone entre ceja y ceja dar el paso adelante es temible para cualquier toro, por hosco y duro que a priori pueda parecer, porque el de cuatro patas tiene todas las de perder.
Ureña es peligrosisimo en esas lides, porque es capaz de pegarle pases a una mula o a un tigre. Esa capacidad le hace marcar la diferencia y le hace digno de sentarse en la mesa de las figuras.
El toro era muy incierto y astifino, había hecho un siete en el punto de la taleguilla a su banderillero Azuquita. Sólo un torero con el alma canina, como si se un desesperado de la vida se tratase, como si no hubiera abierto la puerta grande de Madrid ni de Bilbao, como si no tuviera para pagar la hipoteca a fin de mes, arrugó las cejas, tragó saliva, se jugó la vida. Como si sacara su corazón del pecho y lo pusiera sobre la arena, dio el paso adelante y La Maestranza se le rindió.Se le rindió también el de las patas negras -aunque este fuera castaño- y le dibujó unos naturales de frente, arrastrando la muleta hasta detrás de la cadera que tenían sabor a fuego. El público enardecido se puso irremediablemente en pie, y Paco repitió la proeza mascando el sabor de la cornada. Lo cerró con cuatro muletazos de una gran verdad y un trincherazo del que saltaron chispas.
Lo citó a recibir y dejó una estocada entera algo desprendida fulminante para cobrar una oreja que hasta cinco minutos antes habría parecido imposible. Imposible para culaquier otro, pero no cuando Ureña frunce el ceño. Cuando Paco frunce el ceño tiembla el mismísimo demonio.
FICHA
Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Décima de abono. Corrida de toros. Casi lleno en el aforo permitido.
Toros de Hermanos García Jiménez y Olga Jiménez.
El Juli, oreja y silencio.
José María Manzanares, ovación y oreja.
Paco Ureña, silencio y oreja.
Fotos: Arjona/Pagés
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