Nos hacemos viejos. Se me viene el mundo encima, cuando pienso que este sábado va a hacer el último paseíllo de su vida, un torero al que vi dar sus primeros pasos allá por el año 1999, cuando no era más que un chavalín y se anunciaba como "El Rubio de Caravaca".
Ahora, Antonio José López es un hombre de provecho, un padre de familia, funcionario de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, y con las ilusiones toreras que siguen golpeándole con fuerza entre las sienes.
Porque, si no fuera así, cómo narices creen Ustedes que una persona, en su sano juicio, pensaría en prepararse concienzudamente y mentalizarse para enfrentarse a dos auténticos torazos -la corrida de Lagunajanda no es ninguna broma- por escribir esa última página de su trayectoria en los ruedos.
Dentro de unos días, el 14 de septiembre, se cumplirán 20 años desde que César Rincón y Pepín Liria le invistieran matador de toros. No ha ejercido la profesión en los ruedos durante estas últimas veinte temporadas, porque supo elegir cuando la bifurcación en el camino le indicaba el camino razonable de una vida como buen aficionado a los toros, en lugar de haber escogido, la del camino sin salida en el que se podía haber visto de haber continuado intentando la aventura.
Él sabe bien todos los secretos de la profesión. Conoce el sabor de los éxitos. También, el de la sangre. El del esfuerzo. Los sinsabores de llamar para "pedir" y que no te cojan el teléfono. Maldita sea, ¡es tan complicada la profesión y la vida de un torero!
No quería que llegara el día, sin haberle escrito al Rubio estas cuatro palabras, tan imperfectas como llenas de sentimiento, en el momento de su adiós a los ruedos.
Mucha suerte y larga vida, torero.
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