Una vaca con cerca de seis años mandó a la enfermería a Antonio Puerta, durante el Tentadero Público que se celebró el domingo pasado en Cehegín.
No había escrito nada aquí todavía, porque he necesitado de varios días de reflexión acerca de lo mucho y bueno que vi hacer a un torero tachado a la fuerza de modesto, pero que encierra dentro de su agalgado cuerpo el potencial de una figura del toreo. Después quién sabe si lo conseguirá o no.
Futurología a un lado, el tal Antonio Puerta hizo todo a favor de las vacas de José García Guillén, con el hierro de El Madroñiz. Les sacó el máximo partido. Y después de ayudarles a los animales, sobre la base del temple y de unas virtudes técnicas que hasta ahora no habían aflorado -siempre se había hablado solamente de su estética y de su valor-, se salió con la suya y les hizo diabluras.
Recuerdo muchas cosas. Les prometo que no apunté ninguna nota, porque estaba realizando las labores de comentar micrófono en mano el tentadero. Pero me llevé muchas cosas en mi mochila de aficionado.
Por ejemplo, una serie al natural, apretándole a la primera erala; la forma de clavar los talones para, forzando los riñones, llevar a la cinqueña hasta exprimirla detrás de la cadera; el valor seco y la capacidad de sufrimiento y superación para echar para adelante el espectáculo -poniendo buena cara- a pesar de los dolores por la rotura del escroto y los puntos de sutura que evitaron la evisceración de los testículos.
Un crack. Este tipo es un crack. Medio loco o medio cuerdo, como ustedes prefieran catalogarlo. Pero un crack. Con madera para llegar a ser lo que quiera, mientras le dure la ambición.
Esa ambición de tigre enjaulado que se le ha despertado y que no será fácil reprimirla a poco que le dejen "jugar" la partida.
Es hora de salir del banquillo. Llegó la hora de Antonio Puerta.
(Las fotos son de Cristóbal Botía).
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