Cuidadito con Paco cuando enseña el colmillo, porque es poseedor del secreto y es capaz de resurgir cuando le da la gana o lo necesita. O cuando se le resbala un toro como su primero de esta tarde, de la ganadería de los Hnos. García Jiménez.
La completísima faena del lorquino se anunció en las verónicas de recibo, en el quite por esos personalísimos delantales de compás abierto, y hasta en el brindis al equipo médico.
La apertura en los medios con dos estatutarios que ligó con improvisación a los primeros redondos de una faena que no fue perfecta, ni limpia del todo, pero que a mí me llegó al alma.
Fue esa típica faena justa y con mensaje. Con poso. Con muchísima verdad. Sin el eco de otras tardes suyas en Madrid, pero incluso mucho más valiente, sincera y verdadera.
Al natural profundizó hasta los límites de detrás de la cadera, apretando la embestida hasta el final, meciendo con la bamba la arena.
El cierre con la mano izquierda, flexionando la rodilla, fue absolutamente una exquisitez. Otros días no habrá toreado tan bien, habrá matado peor y le habrán dado un mayor premio. El presidente hizo aguas y le burló uno de los dos orejones que merecía.
El quinto fue varios toros a lo largo del desarrollo de la lidia. Perdió las manos tras el puyazo de Iturralde, la orden fue de cuidarlo, y cambio en banderillas donde cogió velocidad y se vino arriba a punto se coger a Azuquita.
Ureña le aplacó los ánimos, le fue reduciendo y consiguió una segunda mitad de faena increíble, a un gran nivel el lorquino. Se perfiló muy de largo a matar y la espada cayó donde quiso el destino. Eso le privó de más trofeos.
Completaban la terna Miguel Ángel Perera, que paseó una oreja del primero; y Daniel Luque -que sustituía a Emilio de Justo-, muy por encima de su lote.
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