Ha salido el sol tímidamente esta mañana. Se huele la humedad. Un capote descansa, a pesar de su verticalidad, apoyado en la barrera.
Una muleta cuelga sobre la contera. El estoque simulado está esperando que llegue la hora.
Un torero, vestido para hacer deporte, se estira hasta que consigue que las yemas de sus manos se besen con la puntera de unas zapatillas de marca alemana.
Se barrunta que va a haber faena. Sin toro, pero faena.
Los tendidos están vacíos y, a la vez, expectantes.
La silueta de los techos de la plaza delatan que es la de Calasparra.
Filiberto última estos días su recuperación de la lesión de futbolista que le provocó el empujón fortuito de un toro, en la "otra" plaza de Calasparra.
Hoy, sí va a poder plasmar sus sueños toreros sobre la arena centenaria de La Caverina.
Torear, aunque sea de salón, es una actividad siempre apasionante.
Hacerlo en el marco en el que habitan los fantasmas de tus antiguas faenas debe ser, si cabe, algo aún más emocionante.
Perseguir con la mirada la embestida imaginaria y ver de fondo los muros de "tu" plaza, que mantiene intacto su porte y está clausurada temporalmente, debe removerle las entrañas.
Mucho ánimo Fili. Lo mejor está siempre por llegar. O eso dicen.
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