Ni más literatura, ni más música clásica, ni más caza, ni más pasiones juntas.
Porque él no tenía aficiones, no. ¡Eran pasiones!
Inimitable, inigualable.
Habría cumplido ahora 93 años, pero le gustaba demasiado el maldito fumeque.
Gracias, papá, por tanto.
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